La industrialización comportó la incorporación de la mujer obrera al trabajo fabril. En muchas familias era indispensable el trabajo de mujeres y niños: en la década de 1880 se necesitaban 4 pesetas diarias para afrontar todos los gastos, cuando los salarios oscilaban entre 1,50 y 2 pesetas.
Las condiciones laborales de las mujeres resultaban aún peores que la de los hombres, con salarios entre un 50% y un 60% inferiores, y con nulas posibilidades de promoción en el trabajo.
Además, su formación escolar era menor que la masculina y su jornada no acababa en la fábrica sino que continuaba en el hogar, ya que sobre ellas recaían las tareas domésticas y el cuidado de los niños.
Las mujeres de las familias obreras trabajaban desde muy jóvenes en las fábricas a cambio de salarios muy bajos.